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«Historia de la literatura vasca»
Koldo Mitxelena

Minotauro, 1960

 

        El primer libro en vascuence es una breve colección de poesías tituladas Linguae Vasconum Primitiae de Mosén Bernart Dechepare, párroco de Saint-Michel-le-Vieux en la Baja Navarra, impreso en Burdeos en 1545. No tiene más que 52 páginas de texto, incluida la dedicatoria en prosa.

        No es gran cosa lo que sabemos de su vida, y casi todo procede de esta obra. En la portada se titula «Rectorem sancti michaelis veteris» y una de sus composiciones, el «Canto de Mosén Bernart Dechepare», habla de su prisión en el Bearne, posiblemente en Pau [15], que atribuye a las maquinaciones de sus enemigos ante el rey. Hoy tenemos motivos para suponer, gracias a unos documentos descubiertos por José Mª de Huarte [16], que las razones de su detención fueron políticas, por haberse inclinado a favor del rey de Castilla en las disputas por el reino de Navarra. El genealogista suletino Jaurgain le suponía hermano de Juan, señor de Echepare de Sarrasquette.

        El volumen contiene poesías religiosas que terminan con un «Escarmiento de los enamorados», invocación a la Virgen María, que es como el eslabón que une esta parte a las poesías profanas, cuyo tema único es el amor mundano, descrito casi siempre con crudo realismo. Sigue el poema compuesto durante su prisión y cierran el libro dos composiciones en honor de la lengua vasca.

        No ha habido gran unanimidad entre los críticos acerca del valor literario de la obra de Dechepare. Julio de Urquijo, sin llegar a la categórica condenación de Schuchardt, no muestra mayor entusiasmo: «Todos convienen —escribía— en que Dechepare no fue un gran poeta, aun cuando no falte belleza en alguno de sus versos».

        Han sido sobre todo la señora Gil Reicher y René Lafon quienes han combatido, con razón a nuestro juicio, la opinión que Urquijo consideraba dominante. Sería completamente exagerado presentar a Dechepare como un lírico excepcional, pero no pueden negársele cualidades positivas que le sitúan en un lugar preferente entre los poetas vascos. En lo religioso y en lo profano expresa siempre con autenticidad su sentimiento y su lenguaje es fluido, natural y vivo.

        Cuando Francisque-Michel y Vinson le apellidaron «el Rabelais vasco» no anduvieron muy acertados. La comparación es inapropiada no sólo porque Dechepare no fue un prosista, sino también porque no hay nada en su obra, salvo el entusiasmo por la imprenta de la que esperaba —si se han de tornar sus palabras al pie de la letra— que pusiera a la lengua vasca por encima de todas las demás, que sea propio de un hombre del Renacimiento. En realidad, se piensa ante todo en un autor medieval.

        El paralelo de Juan Ruiz resulta obvio. Además de la común condición sacerdotal, se encuentra en ambos la misma mezcla de lo religioso y de lo erótico, tratado de la manera más desenfadada: coinciden ambos hasta en la circunstancia de la prisión, que en nuestro caso nadie ha llegado a suponer que deba entenderse metafóricamente. Salvado siempre el muy reducido volumen de la obra del autor vasco, de la que se sigue su riqueza mucho menor, no creemos que haya la menor exageración en decir que las composiciones de Dechepare, tomadas aisladamente, no desmerecen de pasajes análogos en el libro del Arcipreste.

        Dechepare es ante todo un realista y no perseguía bellezas ideales. Su descripción, tan rica y variada en su brevedad, de las relaciones entre enamorados es escueta y precisa, y el diálogo que pone en su boca dramático y socarrón [17]. El verso nunca constituye una atadura para él.

        Aunque acaso compusiera los versos de tema amoroso en distinta época que los de materia devota, el hecho es que los publicó juntos, siendo ya sacerdote. Se trata de un fenómeno que sería imposible entre los autores eclesiásticos del siglo siguiente e incluso, en el mismo siglo XVI, en el protestante Leizarraga. No hallamos en la literatura vasca un espíritu semejante más que en alguna poesía popular. En realidad, el parentesco de la obra de Dechepare con la poesía popular —en versificación— salta a la vista. Lo mismo que se sirvió de los metros populares se valió de su habla nativa, el bajo-navarro de Cize. Efectivamente, un eco de sus versos —o de los de la fuente popular común— ha llegado hasta nuestros días en unas fórmulas rimadas conservadas por tradición oral en Navarra (Olazagutia, Aezcoa, Salazar) [18].

        El entusiasmo que sentía por la lengua, expresado ya en la dedicatoria, se desborda en los poemas finales. Aquí invita al vascuence a salir a la plaza a tomar parte en la danza, a recorrer el mundo: «Levanten la cabeza los vascos todos, porque su lengua será la flor de las lenguas!». Estaba seguro del agradecimiento de sus compatriotas por haber sido él, el hijo del país de Cize, quien primero puso en letras de molde su lengua.

        El reconocimiento esperado sólo le llegó muy tarde. Sea por lo reducido de la tirada o por otras causas que desconocemos —la mayor severidad con que se miraron más tarde los juegos eróticos, pudo tener su parte en ello—, su obra se divulgó poco. Apenas se la encuentra citada: falta por ejemplo toda referencia a ella en los diccionarios de Pouvreau y de Larramendi. La conocía, sin embargo, el guipuzcoano Isasti que hacia 1620 transcribe una de sus poesías, y también Oihenart, quien sin nombrarle le trata sin gran aprecio [19].

 

[15] R. Lafon, BRSVAP, 8 (1952), 172 s. y 178 s.

[16] Apud J. de Urquijo, RIEV, 24 (1933), 664 ss.

[17] Las canciones dialogadas son frecuentes en la poesía popular vasca. G. Herelle, Canico et Belchitine, 122, nota 3, señala que 23 de las 75 canciones publicadas por Fr. Michel presentan ese carácter.

[18] R. Lafon, «Dechepareana. A propos de priéres populaires recueillies par le P. Donostia», en BRSVAP, 15 (1959), y L. Michelena, «Tradición escrita y tradición oral», ibid., 16 (1960).

[19] Cita dos versos suyos como ejemplo del «vicio intolerable» en que incurren «los coplistas ordinarios» de escribir versos con rimas agudas (Noticia, p. 61).

 

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