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«Historia de la literatura vasca»
Koldo Mitxelena

Minotauro, 1960

 

        La Reforma protestante tuvo pronto un reflejo importante en la literatura vasca: las traducciones de Joanes de Leizarraga.

        No es mucho lo que se sabe de su vida. Nacido en Briscous, debía ser sacerdote católico antes de abrazar las nuevas ideas, lo cual fue causa de un cautiverio cuyo recuerdo, según sus propias palabras, «le ponía los pelos de punta». El Sínodo de Bearne donde se había refugiado, celebrado en Pau en 1564, le confió la misión de traducir el Nuevo Testamento, oraciones y catecismo calvinista, al tiempo que encargaba a una comisión de cuatro miembros, todos ministros protestantes [20], la revisión y corrección de su trabajo. Hay otras pruebas de que se le consideraba un excelente conocedor de la lengua. Fue nombrado ministro en 1567 y enviado a Labastide-Clairance, población de habla predominantemente gascona, y murió hacia 1600.

        Apenas hay una página en la extensa obra de Leizarraga que no sea traducción. Los tres libros que salieron de su mano, de muy distinto volumen, fueron magníficamente impresos en La Rochelle el mismo año 1571. Son el Nuevo Testamento, el Abc, o instrucción del cristiano con la forrna de orar y el Calendario.

        Nacidas del deseo de Juana de Albret, reina de Navarra, de extender la reforma por su dominio de habla vasca, la Baja Navarra, y por zonas vecinas —La Soule, ligada por muchos lazos al Bearne, y el país de Labort—, las traducciones de Leizarraga muestran claramente las señales de la finalidad que con ellas se esperaba conseguir.

        Se trataba ante todo de salvar la barrera lingüística que impedía la propagación de las nuevas ideas en el País Vasco o, como lo expresaba en términos más polémicos Leizarraga en su dedicatoria a la Reina, «de hacer la guerra a Satán en vuestro reino de Navarra». Se aspiró a que la lectura de la traducción no quedara circunscrita por su variedad de lengua a una sola comarca vasca, sino que pudiera en lo posible extenderse a todas.

        El traductor era plenamente consciente de las dificultades de su tarea. «La lengua en que he escrito —decía— es una de las más estériles y diversas, y totalmente desusada, al menos en traducción... Todo el mundo sabe qué diferencia y diversidad hay en Vasconia en la manera de hablar casi hasta de una casa a otra». Construir la prosa de una lengua sin cultivo precisamente en la traducción de unos textos de carácter muchas veces nada apropiado y a los que se debía la más estricta fidelidad, escoger entre distintos usos lingüísticos, de suerte que el resultado de la selección no restringiera automáticamente el número de posibles lectores, no era ciertamente empresa sencilla.

        Vistas las cosas en conjunto, Leizarraga salvó los abundantes obstáculos con notable acierto. Leyéndole, creeríamos, si no dispusiéramos de tantos testimonios en contrario, que escribía en una lengua normalizada por largos años de práctica literaria. Pero en realidad, según la expresión de Schuchardt, «fue Leizarraga mismo quien fijó la lengua en que escribió».

        Posiblemente no se han tenido en cuenta lo bastante las circunstancias que explican el carácter excesivamente literal de su versión, que tantas veces le ha sido echado en cara. Era, en primer lugar, un calvinista que no creía que la palabra de Dios debiera ser objeto de paráfrasis y de traducciones ad sensum, por mucho que con ello se ganase en sencillez y naturalidad: por eso la traducción de los textos no bíblicos es mucho menos ceñida [21]. En cuanto al léxico era, por otra parte, un culterano desenfrenado que se complacía en empedrar sus escritos con términos (fluvio «río», etc.) tomados de las lenguas cultas. Así mantiene, por ejemplo, Sabbathoa en vez de los equivalentes vascos que cita expresamente, porque los evangelistas lo usaron en griego, a pesar de no ser de esa lengua; dice (guiça) pescadore «ateniéndose más de cerca al texto» en vez de (giça) arrançale, aunque reconoce que el término usual para «pescador» es arrançale y así sucesivamente. Se diría que nos encontramos, más que con un hombre de su tiempo, con uno de esos prosistas que en el siglo anterior se dedicaron, tanto en España como en Francia, a tomar a manos llenas voces del latín, fueran o no necesarias.

        Pero lo que tiene de innovador en las palabras lo tiene de arcaísta en los sonidos y en la morfología. Es exacto el juicio de Schuchardt, según el cual la lengua de Leizarraga no resulta menos extraña para un vasco actual de la misma región que la de Lutero para un alemán de nuestros días. Fue con seguridad la necesidad de que su versión resultara asequible para el mayor número posible de vascos lo que le llevó al arcaísmo, dando de lado todo aquello que, sobre todo en los sonidos, era reciente y diferenciador [22]. Por otra parte, el mismo carácter de los textos sagrados le hizo emplear un lenguaje rígido, como hierático, lo más distinto posible de la lengua del intercambio diario. Aunque escribió en una variedad fundamentalmente labortana, no hay nada escrito en ese dialecto —y sin duda no es sólo cuestión de fecha— que pueda en rigor comparársele. Causa a veces la misma impresión de irrealidad y de extrañeza que producen con frecuencia las primeras versiones protestantes de textos bíblicos al castellano.

        De hecho se trata de la versión de una versión, pues en lo fundamental se atuvo para los textos bíblicos a alguna de las ediciones del Nuevo Testamento en francés publicadas en Ginebra. Con todo, según la opinión de R. Lafon, la versión vasca se aparta en ocasiones del texto francés para seguir a la Vulgata e incluso al original griego.

        La tentativa de Leizarraga no tuvo las consecuencias que hubiera podido tener para la fijación del vasco literario, las que la traducción de la Biblia ha tenido en tantos países: se hundió con el fracaso de la penetración protestante en el país [23]. Por más que se debieron hacer crecidas tiradas de sus versiones, que sabernos fueron conocidas por autores posteriores (Pouvreau, sacerdote católico, se valió mucho del Nuevo Testamento para su diccionario), su carácter heterodoxo les privó de toda posibilidad de influencia en la literatura posterior. Con la rica floración de escritores católicos en el siglo siguiente, el tipo de lengua por él establecido fue sustituido por otro, mucho menos arcaico, más popular y accesible, y también más teñido de particularismos locales: el labortano de Sara y San Juan de Luz.

        Algún raro catecismo católico escrito en este siglo será reseñado en el capítulo siguiente. Es, según toda probabilidad anterior a 1550, una fórmula de profesión de la regla de la Orden Tercera de San Francisco escrita en un libro impreso en 1506 que debió ser propiedad del famoso fray Juan, de Zumarraga [24].

 

[20] Por lo menos dos eran suletinos. Jean d'Etcheverry, llamado de La Rive, «autrement le Petit Basque», era labortano de San Juan de Luz, según Teodoro de Beza. Véase Raymond Ritter, «Jeanne d'Albret et la Réforme chez les Basques», en EJ, 5 (1951) y 6 (1952).

[21] Lafon, Système, I, 57.

[22] En su advertencia «Heuscalduney» dice: «Por esta razón, en lo que respecta al lenguaje, sin apartarnos del sentido verdadero, nos hemos empeñado en lo posible en ser comprensibles para todos, y no hemos seguido enteramente el habla propia de cualquier lugar determinado».

[23] Sobre esta cuestión, puede consultarse, además del artículo citado en la nota 20, el libro de V. Dubarat: Documents et bibliographie sur la Réforme en Bearn et au Pays basque, I (Pau, 1900). Cf. A. Destrée, La Basse Navarre et ses institutions de 1620 à la Révolution (Zaragoza, s.a., tesis leída en 1954 en la Universidad de París), p. 23 ss., con bibliografía.

[24] Fray Ignacio Omaechevarria, «El vascuence de fray Juan de Zumárraga», BRSVAP, 4 (1948), 293-314. Hay algunas frases del siglo XVI en actas procesales publicadas por A. Irigaray: «El euskera en Zufia» RIEV 24 (1933), 34-36, y «El eskuara en Artajona», Yakintza (1934), 128-130 (Tolosa, año 1557). En el borde de un documento de 1516 del Archivo General de Simancas halló fray Modesto Sarasola la siguiente frase (¿refrán?): Galdua, çure arpeyco narrua.

 

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