Juan Antonio Moguel y Urquiza (1745-1804), hijo y nieto de médicos, nació en Eibar (Guipúzcoa) y pasó con su padre a Deva y Marquina. En esta población, «cuyos habitantes creen según el fabulista Samaniego que no hay más mundo que el exiguo terreno que rodea sus montañas, mundo dirigido por Astarloas y Mogueles» [35], y en sus cercanías ejerció el sacerdocio hasta su muerte. Tuvo fama de hombre afable y sumamente bondadoso. Fue muy generoso con los sacerdotes franceses refugiados en España y su interés por la literatura francesa queda patente con su traducción al vasco de los Pensamientos de Pascal.
De su pluma salieron, además de esta traducción y de varios escritos sobre la lengua vasca en castellano, un catecismo vizcaíno y dos tratados sobre la confesión y la comunión: Confessio ta comunioco sacramentuen gañean eracasteac (1800, en guipuzcoano) y Confesiño ona (1803). Es autor también de Versiones bascongadas de varias arengas y oraciones selectas de los mejores autores latinos (Tolosa, 1802).
Sobre todo lo demás es autor de Peru Abarca, «diálogos entre un rústico solitario bascongado y un barbero callejero llamado Maisu Juan». Este libro, que aunque muy leído estuvo inédito muchos años [36], no es solamente el más ameno de toda la literatura vasca, sino también el de mayor interés científico por las abundantes noticias que ofrece sobre el lenguaje, las costumbres y la técnica de la época: su descripción de las ferrerías, por ejemplo, se ha hecho tan clásica como la de Larramendi. En cierto modo es, en forma dialogada, el primer conato de novela en vascuence. Tras tropezar con el labrador en una taberna, el barbero acaba por reconocer que tiene mucho que aprender del buen Peru, «catedrático de la lengua bascongada en la Universidad de Basarte»: a usar correctamente de su lengua, a conocer la vida y los trabajos de los que viven apartados de las poblaciones, a aceptar que los guipuzcoanos y los vasco-franceses son tan vascos y dignos de aprecio como los vizcaínos y sobre todo a conducirse siempre como un cristiano y un hombre de bien.
No resultará sorprendente que también aquí, como suele ocurrir en estos libros con moraleja, el lector se sienta mucho más atraído por Maisu Juan que por Peru y su ejemplar familia. Estos son demasiado buenos para ser verdaderos, en tanto que la figura del barbero con su vanidad, sus picardías y su saber formado de palabras retumbantes no habría resultado tan humana si el autor no le hubiera mirado con íntima y comprensiva simpatía.
Como ha señalado J.M. Lojendio, Peru es la versión vasca, pero muy vasca y muy concreta, del «Buen Salvaje» legado por los misioneros a los enciclopedistas [37]. En nuestro caso era natural ver en los caseríos, cuanto más apartados mejor, la plaza fuerte del idioma y de las sobrias virtudes antiguas. Y, aunque Moguel no se sale expresamente de los límites de Vasconia, se nota en su obra un claro eco del espíritu filantrópico que quiere destruir las murallas de incomprensión que separan a los hombres.
No obstante, no estará de más advertir, para que el retrato no resulte parcial, que nuestro autor no dejó de denunciar a la Inquisición de Logroño obras que creía perniciosas y que llegó a solicitar de ella el título de Revisor de Libros [38].
[35] J. Gárate, La época de P. Astarloa y J.A. Moguel, p. 29.
[36] Apareció primero en el diario carlista Beti bat (Bilbao, 1880) y al año siguiente como libro en Durango.
[37] Compárese el título completo de una obra no muy posterior de otro sacerdote vasco: Essai de quelques mots sur la langue basque par un vicaire de campagne, sauvage d'origine (Bayona, 1808). Vid. Ph. Veyrin, «L'abbé Dominique Lahetjuzan», en GH 4 (1924).
[38] Memorial histórico español VII (1854), 667 ss.