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«Historia de la literatura vasca»
Koldo Mitxelena

Minotauro, 1960

 

        Está aislado el donostiarra Indalecio Bizcarrondo, «Vilinch» (nacido en 1831), la voz más auténticamente romántica de la literatura vasca. Fue siempre un hombre perseguido por el infortunio. Ya de niño un accidente le desfiguró el rostro y no faltaron otras desgracias en su vida hasta que en 1876, el último año de la guerra, una granada carlista le alcanzó en su casa produciéndole heridas mortales.

        Vilinch no es una víctima del mal du síècle ni un pesimista que maldice de la existencia: su humorismo agridulce, aparentemente aéreo e inconsistente, le protegía contra toda adversidad con una coraza que no le hubieran proporcionado las más severas máximas estoicas. Pero era hombre de sentimientos delicados e intensos y en su vida no debieron faltar los desengaños amorosos: acaso más que desengaños fueron ya desde el principio sueños irrealizables. Entonces, ante la imposibilidad y el fracaso, suena en los versos de Vilinch una queja tan personal y desnuda que resulta casi impúdica, de un impudor que todavía hace más descarado lo humorístico de la forma en que a veces la envuelve. Sus versos son excepcionales en una literatura recatada en que los poetas huyen avergonzados de toda confesión demasiado íntima, como de algo humillante y penoso.

        Fuera de la poesía amorosa, Vilinch es un maestro de la sátira humorística, uno de los mejores entre los muchos que han cultivado ese género entre nosotros. Aparte del sobrio acierto en la selección de los rasgos decisivos, pone siempre en ella, a diferencia de casi todos los otros, calor humano y una sonrisa compasiva. Vilinch era hombre de pocas letras y su gusto no siempre es seguro [11]. Por otra parte, su lenguaje es más bien pobre (la lengua algo encanijada de un centro urbano: San Sebastián) y por ello mismo tal vez más auténtico. En este aspecto, Pedro Mari Oraño (1857-1910), sobrino del bersolari José Bernardo, es muy superior a Vilinch y al mismo Iparraguirre. Sus versos, cuya calidad no mejoró la ilustración que fue adquiriendo en América, tienen una elegancia natural y una altura discreta. La nostalgia del país natal es uno de los temas que trató con soltura y sentimiento («El nogal y el ombú», etc.).

 

[11] El mejor estudio crítico sobre Vilinch es una conferencia de Dionisio de Azcue, cuyo texto íntegro se publicó en el diario El Día de San Sebastián, del 1 de mayo de 1931. Téngase en cuenta también lo que de él nos relata Benito Jamar, en el prólogo a Poesía euskara: »... a uno de ellos conocí y traté yo; al más sensible a lo bello, al más tierno, y al mismo tiempo, por uno de esos contrastes misteriosos de la naturaleza humana, al más mordaz; conocí y traté a Vilinch... En aquel café Oriental de la calle de Esterlines, célebre por sus helados, nos reuníamos, en horas en que nadie acudía allí, varios aficionados a la literatura. Yo era niño, Vilinch era ya hombre entrado en años. Vilinch nos recitaba sus tiernos versos. Allí conoció las Doloras de Campoamor; quiso cultivar el género y fracasó. No era esa la lira que debía él pulsar. Pero yo le leí la poesía que aquella alma se podía asimilar, le leí las Rimas de Bécquer y las Elegías de Aguilera. Aún recuerdo la atención con que seguía Vilinch la lectura: aquello era más que poner atención: era desprenderse de toda su alma para identificarse con el alma del poeta».

 

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