Con Jon Mirande, suletino y parisiense, tan poco ortodoxo como su paisano Chaho, estamos ya muy lejos de aquellos certámenes de fines de siglo en los cuales, según se quejaba Unamuno, «tanto el poema como el cuadro han de estar en armonía (sin h) con nuestra salvadora doctrina y con las tradiciones venerandas de nuestros mayores (porque si no, no hay arte, ni cosa que lo valga)». Mirande, traductor de Poe y Kafka, ha dado ya, a pesar de su juventud, abundantes pruebas de su inquietud y de su falta de respeto para con los convencionalismos, al tiempo que se ha acreditado como poeta de gusto seguro y cultivado y como versificador de consumada habilidad.