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José Agerre, biógrafo de Campión

 

Joxemiel Bidador

 

Diario de Noticias, 2002-8-25

 

        Se han cumplido recientemente 65 años de la muerte del gran polígrafo pamplonés Arturo Campión, como recientemente nos lo recordaba en estas páginas el historiador Carlos Clavería, «sumido en el olvido de nuestras autoridades», lo que en cualquier caso no ha imposibilitado una amplia bibliografía sobre la figura y obra campioniana, entre la que puede destacarse la inédita biografía escrita en la década de los sesenta por el periodista José Agerre.

        Se quejaba Carlos Clavería el domingo pasado, y no falto de razones, de que en este nuevo aniversario de la muerte de Arturo Campión, el gran polígrafo pamplonés «continua siendo, deliberadamente, el maestro relegado al olvido desde las más altas instancias de nuestra Comunidad Foral», y por ello titulaba su colaboración con un aplastante «Don Arturo Campión: el gran olvidado». Resaltaba Clavería el hecho de que Campión hubiera ahondado en «la identidad vasca de Navarra, defendiendo su indisoluble personalidad en una Euskal Herria de la cual es origen y fundamento», lo que en su opinión es la razón por la cual se le «relegue en la Navarra del Amejoramiento al más absoluto de los silencios». Cierto que don Arturo no cuenta con calle alguna en Pamplona, pero no es menos cierto que el Euskaltegi señero de la capital navarra honra su memoria portando su nombre. Y es que en esta Navarra tan p'alante, p'aleta y pérfida donde las haya, ha sido, es y tendrá que ser la fuerza de los movimientos populares la que la salve de la propia enajenación a la que la llevan sus dirigentes, y nos van sobrando ejemplos semana tras semana.

        Por lo que respecta a Campión, y al margen del reconocimiento oficial que sin lugar a dudas a él mismo le importaría bastante poco, lo cierto es que la figura del escritor no está exenta de estudio. Además de la infinidad de artículos, colaboraciones, reseñas, opiniones o entradas enciclopédicas, la aportación del maestro ha sido objeto de un magnífico libro, Arturo Campión: entre la historia y la cultura, versión abreviada de la tesis doctoral del pamplonés José Javier López Antón, que a la postre fue publicada por el Gobierno de Navarra, aunque en colaboración con la Fundación Sabino Arana. Para ser abreviado, el libro, que está cerca de las 700 páginas, ofrece una visión completísima de la bibliografía campioniana, por lo que resulta altamente recomendable. A las dos partes de que se compone el estudio, la primera sobre la cultura e ideología de Campión y la segunda sobre su labor como historiador, sigue una nutrida bibliografía siempre práctica para adentrarse en el laberinto editorial del polígrafo. La aportación de López Antón supone además un interesante complemento a la reedición de las Obras Completas de Campión realizada por la editorial Mintzoa entre 1983 y 1985, quince volúmenes que son los que habitualmente pueden aún encontrarse en las librerías de viejo y en las ferias libreras, y a los que López Antón objeta su confusión temática y cronológica que no permite observar con mayor precisión la panorámica de la evolución literaria, histórica o disciplinar del polígrafo.

        Con anterioridad a López Antón, el periodista José Agerre ya había redactado una biografía de Campión de cierta entidad que por diversas causas quedó inédita. No era Agerre profano en el género biográfico, y en su dilatada carrera como publicista había publicado bastantes reseñas de este tipo tanto de personajes históricos como contemporáneos: San Francisco Xabier, Pedro Axular, el príncipe Bonaparte, Juan Iturralde y Suit, Pablo Sarasate, los capuchinos Román de Bera y aita Donostia, Alexander Tapia Perurena, Orixe, Cándido Testaut Arako, José María Iribarren, Pierre Lafitte... Muchos podían haber sido los motivos por los que Agerre se decidiera a escribir una obra de la magnitud de su Biografía de Campión. Parece que una de las causas principales tiene mucho que ver con el hecho de cumplirse el centenario de su nacimiento, pero lo cierto es que Agerre siempre consideró a don Arturo su querido maestro.

        Si bien en la lid política Agerre siempre fue un ortodoxo jeltzale, no es menos cierto que en su calidad de navarro la visión nacionalista de Agerre estaba más cercana de la campioniana que de la bizkaitarra a ultranza. Además de ello Agerre compartía con Campión la afición literaria, si bien el primero la encauzó hacia el género poético y el segundo hacia el relato histórico. Mayor importancia tiene el que ambos destacaron en el cultivo de la lengua vasca, siendo Campión y Agerre los dos primeros académicos navarros de Euskaltzaindia. Campión realizó su mayor aportación euskérica redactando su no siempre suficientemente ponderada Gramática de los cuatro dialectos literarios de la lengua euskara que editara en Tolosa el lodosano Eusebio López en 1884. Agerre, en cambio, centró su aportación a la lengua en el empleo de la misma. Al teórico siguió el práctico, y con las consideraciones lingüísticas de Campión, en Pamplona floreció una hoy olvidada generación de escritores en euskara encabezada por Gurbindo y Zirt, los alter ego del periodista jeltzale Agerre'tar Joseba.

        En ocasiones se le ha acusado a Campión de haber escrito mucho sobre y poco en euskara, objeción por otra parte espetada generalmente por aquellos a los que el euskara realmente les importa bastante poco. Si bien esta afirmación, que debe ser matizada, puede tener algo de real en vista de lo mucho que Campión escribió en castellano en comparación con lo que redactó en euskara, lo cierto es que el impulso campioniano a la literatura en euskara de Navarra en el periodo de entre siglos no estuvo exento de importancia. A este respecto Agerre nos decía en su biografía de Campión: «Pocas son realmente las obras que Campión ha escrito en euskara. Es una lástima que los ensayos que él intentó de muy joven en el campo de la literatura euskérica no se hubieran reiterado con una decisión a fondo en el transcurso de su vida. Él que era un literato magnífico y un místico vasquista de primer orden hubiera legado un tesoro a la causa del renacimiento vasco, lo que hubiera supuesto una mayor prestigiación de la literatura propiamente euskérica. Porque entonces y ahora nuestra lengua indígena tiene buenos oradores y escritores pero ni tenía entonces ni tiene ahora literatos del fuste de Campión, sobre todo, en los dominios de la prosa. Da además la triste circunstancia de que todos los relieves literarios del País Vasco han ido a enriquecer la literatura extraña no sólo en la época euskalerrista sino ahora también. Es posible que esta fuga de nuestros primeros escritores sobre todo de los prosistas a cultivos literarios de fuera de la lengua de casa haya hecho por la subestimación del euskara mucho más que el abandono de éste en otros estamentos de nuestra sociedad (...) Maestro de la lingüística vasca, podía haber sido Campión un gran señor en el campo de la literatura indígena. Así lo abona la producción euskérica que nos ha transmitido, si ciertamente escasa, de clase notable en cambio. La leyenda Denbora anchiñakoen ondo-esanak y la de Okendoren eriotza son muestras de ello. Euskara jugoso, vibrante, fino y puro, mas sin perder el sabor erritar o de euskaldun jatorra que comprende y siente con el genio vasco. Se ve en aquella que la destreza con la que Campión plasma los productos de su fecunda fantasía trasciende también a la composición euskérica (...) Hay que tener en cuenta que Campión daba a luz estos trabajos en los años 1881-83, a los 27 y 30 años de edad, el primero de ambos a los cinco años escasos de haberse puesto a aprender el euskara. Ya para entonces había publicado otros dos textos en lengua vasca, Agintza y Orreaga, y el avance era notorio. El que a los cinco años pueda mantener en euskara ese garbo estilístico que le caracteriza en erdera, ha de tomarse como garantía de lo que hubieran dado de sí el talento cumbre, la condición asombrosa y la voluntad soberana de este vasco egregio, si se hubiera embalado en una producción euskérica a fondo. A Campión, por añadidura, le sobraban medios de otra clase para ello. Pero una ingente labor renacentista reclamaba en tantos sitios el concurso de sus poderosas facultades de aquel y así ha quedado este gran vacío, difícil de llenar con una firma literaria de tan cumplida solvencia».

        Cuando en los años anteriores a la guerra del 36 los escritores en euskara de toda Euskal Herria se dividían en los llamados garbizaleak que propugnaban la renovación sabiniana de la lengua, y los partidarios del cultivo populista basado en el habla local, en Navarra triunfó un camino ecléctico en el que se intentaron integrar todas las aportaciones, con la sola excepción de Enrique Zubiri Manezaundi que siguió escribiendo en su euskara de Luzaide y a pesar de lo que machaconamente repetía Fermin Irigarai Larreko sobre la preeminencia del habla de los baserritarras analfabetos. Ejemplo de lo dicho es la nómina generacional encabezada por José Agerre y en la que se encuentran plumas de la importancia de Todor Arburua Artola, Anastasio Agerre, Tapia Perurena, Joseba Imanol Perurena, Aingeru Irigarai, Pablo Artxanko..., los cuales mejoraron su euskara natal o aprendido con los neologismos de corte sabiniano o los giros locales, siempre según la procedencia de cada autor. En este producto final la gramática de Campión y las veintidós variantes de su balada Orreaga en los cuatro dialectos literarios tradicionales y variantes del euskara propias de Navarra supusieron un punto de partida de vital importancia, a pesar de los cincuenta años transcurridos desde su publicación. Campión resultó además una figura proverbial en cuanto a su valor simbólico en el resurgir euskérico de Navarra, como lo demuestran los numerosos homenaje de los que fue objeto en sus últimos años.

        En la biografía de Campión escrita por Agerre destaca la acendrada y desmedida admiración por el maestro, lo que da como resultado una obra totalmente subjetiva y parcial. A ello hay que sumar el en demasiadas ocasiones extremado lenguaje barroquista de Agerre, propio del periodismo de preguerra. En contrapartida, el conocimiento personal del biografiado le permite al autor el manejo de cantidad de datos inéditos, el valor del testimonio. Redactó Agerre sus cuartillas cuando, con todo, la figura de Campión menos se valoraba. Agerre era consciente de que en plena dictadura su trabajo no se iba a publicar, por lo que no se aplicó ningún tipo de autocensura, lo que no lo libraba en cambio del peligro de un fortuito registro de su casa, como efectivamente en algunas ocasiones llegó a suceder. Ese mismo convencimiento del autor de que su texto no iba a ser publicado provocó algunos desequilibrios manifiestos. Así pues, pecó de innecesarias repeticiones, copió algunas citas de los textos de Campión realmente kilométricas, y ante un posible lector, se justificó diciendo que se sentía plenamente identificado con ellas. Por otra parte, Agerre descuidó voluntariamente algunas partes de la producción de su biografiado, por ejemplo todo lo referente al género ficticio. Ciertamente resulta una verdadera pena que Agerre no escribiera para ser publicado, ya que así habría tratado de hacer una obra menos apologética y más científica, ya que conoció personalmente a muchas de las personas que citaba, manejando datos privilegiados y fuentes de primera mano como la revista Euskara o el periódico La Paz, textos de difícil consulta en plena dictadura franquista.

        Otra de las consecuencias de escribir para no ser publicado es la facilidad con que el autor se zafa del objetivo principal de la obra en digresiones de tipo histórico político. Recuerda esta biografía de Agerre en cierto modo el testimonio ofrecido por Larreko en su Gerla urte, gezur urte de sus vivencias de los años 39 y 40, las cuales no fueron publicadas hasta 53 años después de haber sido escritas. Del mismo modo Agerre escribe sobre las consecuencias de la guerra: «Una de las mayores, la reafirmación por un largo plazo que no ha terminado todavía de la terrible belicosidad banderiza, nota perseverante en la política hispana a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX: el espíritu morboso de guerra civil y con cuya profesión, el enemigo político no es el ciudadano que tiene derecho a rendir culto a su idea sino un ente odioso al que hay que fulminar de la sociedad, perteneciente en exclusiva a los sedicentes buenos. Este criterio exclusivista ha producido, en el espacio de cien años, tres guerras civiles de las grandes, amén de más de cincuenta pronunciamientos, cantidad de estados anormales con la suspensión consiguiente de las garantías constitucionales, matanzas de elementos religiosos cuando no de heterodoxos, quemas de edificios, invasiones de extranjeros sobre el propio país, prédicas de asesinato y asesinatos de jefes de gobierno y políticos, ruinas materiales y espirituales y daños cuantiosos. Y sobre todo, una falta de concordia ciudadana y de acoplamiento social con agravios constantes a la convivencia de los componentes de la sociedad hispánica, lo cual es el más grave daño que puede afligir a un pueblo, a una nación o a un estado. Un conglomerado así estará siempre lejos de constituir una patria afectiva en la que quepan todos y cada uno de sus miembros. Esta psicosis proclive al abuso de la fuerza ha engendrado, a su vez, un militarismo, o más bien, caudillaje militar turbulento que sólo trata de mantenerse por la opresión de la civilidad». Es por ello que la segunda parte de esta biografía de Campión es más que nada un tratado de historia reciente, en el que Campión no resulta sino una excusa, el hilo conductor por el que un funambulista Agerre se despacha a gusto, a falta de otros medios, abordando unos temas, la cuestión foral, la guerra de Cuba y la unión vasco-navarra, que desde su credo jeltzale que nunca abandonó y en el periodo franquista que le tocó vivir, de verse, sólo se podían ver de una manera, de la blanquinegra del nodo. José Agerre falleció el 19 de octubre de 1962, quedando su biografía de Campión a la espera de un momento más apropiado para ser publicada. Treinta años más tarde, ese momento parece no haber llegado.

 

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