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«Historia de la literatura vasca»
Koldo Mitxelena

Minotauro, 1960

 

        El sacerdote vizcaíno Resurrección María de Azkue (1864-1951) creó en 1897 el semanario Euskalzale, seguido de Ibaizabal, en los que escribieron autores tan conocidos en las letras vascas como Domingo Aguirre, Evaristo de Bustinza («Kirikiño»), Urruzuno y Zamarripa. Ganó en 1888 por oposición la catedra de lengua vasca creada por la Diputación en el Instituto de Segunda Enseñanza de Bilbao a la que aspiraba también Miguel de Unamuno [21], y fue director de la Academia de la Lengua Vasca desde la fundación de esta entidad hasta su muerte. Azkue fue durante toda su vida el centro de los estudios relativos al idioma vasco. Hombre de variadas aficiones y aptitudes —la música fue siempre su gran pasión— y dotado de una increíble capacidad de trabajo, cultivó también la literatura con zarzuelas (Vizkaytik Bizkaira), óperas y novelas (Urlo, Ortzuri), cuya letra y música compuso, Ardi galdua (1978) en forma epistolar, Latsibi. No obstante, sin menospreciar en absoluto el valor de esta obra original, la influencia de Azkue en la literatura vasca ha sido indirecta, pero no por ello menos decisiva. Procede sobre todo de su labor científica y muy en particular de su Diccionario vasco-español francés (1905 y 1906) que inicia una nueva época en el conocimiento del vocabulario vasco en los textos y en el uso popular.

        De sus muchos estudios gramaticales debe citarse por lo menos la monumental Morfología vasca (1925). En sus incesantes andanzas por todas las regiones de Vasconia recogió también gran número de melodías y otros elementos de la cultura popular, reunidos en su conocido Cancionero popular vasco y en los cuatro volúmenes de Euskalerriaren Yakintza.

        Azkue escribía en un vascuence diáfano, rico y fácil. Fue el más decidido defensor, por sus obras todavía más que por sus doctrinas, de la adopción del dialecto guipuzcoano como base, completada y corregida con elementos tomados de otras hablas, de la lengua literaria unificada. Como su precursor en el campo de la lexicografía, el padre Larratnendi —cuya obra por cierto no admiraba demasiado—, tenía un humor amable y juguetón que le llevaba a menudo a llenar de chascarrillos las páginas más serias de sus obras. No obstante, no podía ocultar largo tiempo su afán preceptista y tampoco conseguía siempre refrenar el deseo incontenible de volcar a cada momento las riquezas del léxico vasco que tan bien conocía. De aquí el aire poco grato a composición literaria o a ejercicio de estilo que despiden algunas de sus páginas.

 

[21] Opiniones de Unamuno sobre Azkue y Arana-Goiri pueden verse en su correspondencia con Emiliano de Arriaga, publicada por J. Bilbao en Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos 6 (1956), 55-79.

 

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