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Blas Alegria y el caldero de Lakuntza

 

Joxemiel Bidador

 

Diario de Noticias, 2001-3-18

 

        «Cuando a un lacunzano se le dice —¿Lacunzaco perzac zer piñ egin zun? (la caldera de Lacunza ¿que fin llevó?), la preguntita le sabe a cuerno, y en más de una ocasión ha habido golpes y muturrecos por esta causa. La contestación de rúbrica es: —Ire aitac eta amac eguin zuena (el mismo que tu padre y tu madre)».

        De esta guisa comenzaba José María Iribarren el relato de lo sucedido aquel remoto sábado infraoctava de la Ascensión de un año indeterminado, tanto en su Retablo de curiosidades de 1940 como en su De Pascuas a Ramos de 1946. Como el mismo Iribarren advierte la versión de los hechos es la misma que le proporcionara por carta el presbítero de Lakuntza Blas Alegría, amigo y colaborador habitual del escritor tudelano. La condición erdaldun de Iribarren no debiera haber supuesto un obstáculo para haber llegado a conocer la narración que con el mismo título había publicado Alegría en los años previos al 36 en la revista Euskal Esnalea. No eran, empero, tiempos para citar bibliografías impertinentes, y así hizo efectivo su silenciamiento el sabio abogado. No obstante la omisión el texto de Alegría apareció en 1926 en la citada revista donostiarra perteneciente a la asociación homónima que presidía nuestro Arturo Campión. Dedicó el texto a su amigo de Tolosa Doroteo Ziaurriz, y en él, a pesar del título y del final directo en el que se recomienda no preguntar nunca por la caldera de Lakuntza, no es la historia del caldero la que nos cuenta, sino la leyenda de la Dama de Aralar, ser mitológico que vivía en la cueva de Amurgin cerca de donde cayó el mítico caldero. Contamos con una reedición facsímil de este cuento en la crestomatía de escritores navarros en euskara realizada en un ya lejano 1987 por Txema Larrea y Periko Díez de Ultzurrun para la editorial Pamiela.

 

        Blas Alegria

        No ha sido Blas Alegría un escritor de los citados generalmente en los clasicoides manuales al uso. No es siquiera citado en un libro tan reciente como la Historia de la Literatura Vasca de Patri Urkizu, ni en la nueva versión actualizada de la literatura vasca del siglo XX del crítico Jon Kortazar. Sin duda por su condición de navarro. La Gran Enciclopedia Navarra, contra lo que era de esperar, sí ofrece una entrada del mismo, y aunque corta, resulta casi de agradecer. No actuó así la Academia en el centenario de su nacimiento, publicando en su órgano oficial la intervención que realizara el párroco Eugenio Ulaiar en el homenaje público y popular rendido en la misma villa barranquesa el 9 de noviembre de 1983.

        Nacido en la casa Dendaberri de Lakuntza el 3 de febrero de 1883, sus padres fueron José Vicente Alegría Guillén, quien había sido voluntario carlista, y Aniceta Alegría Razkin, natural de Etxarren de Arakil. Fue Blas el mayor de siete hermanos. Hombre de alto porte, cara adusta y rictus serio, a pesar de lo que fue conocido por sus ingeniosas salidas, templado humor y celebrada chispa. Era lo que se dice un xelebre, lo que unido a su impenitente cojera hacían de él un personaje de lo más exhuberante. Como era habitual dio comienzo a sus estudios en la escuela local, tras lo que en 1895 marchó al aula de gramática que regenteba el también escritor vasco Victoriano Huizi en la cercana localidad de Unanua, donde a la sazón ejercía de sacerdote. Este Huizi fue autor de una Gramática Bascogada que dio a la imprenta en Pamplona en 1899, y aunque puede pensarse que sí, resulta dificil concretar en que medida influyó en la posterior carrera literaria del lakuntzarra. Una vez que Blas Alegría cumplió la edad requerida para entrar en el seminario ingresó en el mismo, terminando la carrera de teología, no sin ciertas dificultades, y ordenándose sacerdote, tras lo que realizó su misacanto en la parroquial de Lakuntza el 5 de junio de 1907, actuando como predicador en la misma el paisano capuchino Wenceslao de Lakuntza, de nombre civil Segundo Barber Pieltes, hijo del secretario y organista local.

        Alegría no salió prácticamente de Lakuntza para realizar su labor religiosa, ejerciendo habitualmente como coadjutor e incluso como párroco ocasional en el difícil periodo de 1934 a 1938, cubriendo el vació temporal desde que marchara el anterior párroco Juan Escalada hasta la llegada del nuevo Nemesio Asurmendi. Además de ello Alegría fue capellán coadjutor del Arciprestazgo de Arakil, lo que suponía cubrir las posibles bajas que de resultas de fallecimientos o traslados resultaban en las parroquias del contorno, como las que lo llevaron durante cortos periodos a las localidades de Latasa, Ilarregi o Iriberri. Como puede observarse no fue muy fulgurante la carrera religiosa de Alegría. Pudo de alguna manera enmendarse cuando se le ofreció hacerse cargo de uno de los puestos de profesor de euskara en el seminario de Pamplona, concretamente substituyendo a su amigo Miguel Intxaurrondo, pero no sintiéndose capacitado y temiendo dejar solos en casa a su padre y hermana, prefirió rechazar el ofrecimiento. Por otra parte no era extraño que Alegría fuera objeto de tamaña oferta. Él fue uno de los socios fundadores de aquella asociación Euskararen Adiskideak, creada en Pamplona en 1925, y fue en el entorno de la misma donde contó con la amistad del mencionado sacerdote Miguel Intxaurrondo.

        El periodo de la guerra civil no fue sencillo para Alegría. Su domicilio fue objeto de varios registros, lo que malogró gran parte de su obra literaria. Previendo estos registros, se dehizo de gran parte de sus manuscritos hechándolos al mar en Getaria aprovechando una visita a sus primos; otra parte de los mismos fue confiscada y quemada en redentora hoguera. Con todo aún salió bien parado. Su condición de sacerdote y párroco interino local no fue lo único que lo libró de terminar en alguna cuneta. Habiendo sido su padre voluntario carlista, fue hecho Teniente Honorario, y la boina azul con estrellas doradas de aquel salía a relucir en cada nuevo registro. Pero si la guerra no pudo con Alegría sí lo hizo la dictadura, su pésima salud y la congoja tras la muerte de su padre en 1946, y así, falleció un año más tarde el 12 de octubre de 1947en la misma casa que lo viera nacer.

 

        Escritos de Alegría

        Hoy por hoy resulta imposible acceder a todos los trabajos de Alegría. Como ya se ha dicho, muchos de ellos fueron malogrados en el 36, pero otros muchos están todavía manuscritos y dispersos. Los impresos no siempre son accesibles, y a estos hay que añadir los que no firmó. En cualquier caso contamos con una muestra lo suficientemente representativa de su obra. El primer escrito que Alegría publicó es el cuento «Dagonian bonbon...», aludiendo al conocido refrán Dagoenean bonbon, ez dagoenean egon. Apareció este relato en la revista de la asociación Euskal Esnalea en 1911, no con el nombre de su autor, sino bajo el acrónimo L'tar B.A. En los índices anuales de la revista, en cambio, aparece tan sólo un rotundo Lakuntza, lo que unido a la variedad de lengua empleada facilita la identificación: Lakuntza'tar Blas Alegria. En esta misma revista publicó Alegría en 1926 su relato más conocido, «Irakurgai alaiak: Lakuntzako Pertza», del que ya hemos hecho mención.

        De cualquier modo, la mayor parte de los escritos conocidos del lakuntzarra corresponden a los trabajos presentados al concurso literario que convocaba anualmente el Patronato de la Biblioteca Olave. En el concurso correspondiente a 1928 presentó el teatro misional Aña Mari, obra premiada en segundo lugar con 75 pesetas, siendo publicada aquel mismo año en la imprenta de Ricardo García del paseo de Sarasate con portada del abogado pamplonés-tudelano Montoro Sagasti, y en la que cuenta las peripecias de los habitantes del caserío Baratzerrekalde de Lakuntza. El primer premio gorrespondió en aquella ocasión a Ilargi betea del agustino de Arbizu Fernando Urkia, notable autor eusquérico residente en Oñati y que tras la guerra hubo de marchar a Argentina donde llegó a ser obispo de la ciudad norteña de Salta. El tercer premio recayó a la obra Yunka del joven Tomás Esarte Jaimerena, natural de Irurita, y que andando el tiempo llegara a ser el párroco de la iglesia de San Fermín en el barrio pamplonés de la Milagrosa.

        Un año más tarde, y sin cambiar de género literario, presentó bajo el prolongado lema «Laude et similime pluris Basconicis fuuntur in osis» el trabajo Dama, el cual quedó fuera de concurso por no alcanzar la extensión pertinente. No obstante, y queriendo premiar el buen hacer del autor el jurado estimó conveniente premiar la obra con 300 pesetas. No sucedió lo mismo en la edición de 1930-31 en la que obtuvo el máximo galardón por el ensayo Gure ama: euskararen garai ontako egonera ta berori zaindu ta geituerazteko biderik egokienak. Esta obra bilingüe es un estudio acerca de la situación del euskara en el momento de ser redactado. El tema había sido propuesto por Manuel Irujo, y el premio estaba dotado de 1000 pesetas. Fue publicada en 1932.

        En 1932 presentó al concurso de la Biblioteca Olave Jolas urrina, en la que se hacía eco de las «costumbres, justas y regocijos de la zona euskera de Navarra», tal y como rezaba el temario de aquella edición. Su trabajo fue premiado de nuevo con 1000 pesetas, pero no llegó a publicarse. Tan sólo el sexto capítulo del mismo, «Lilaya» junto a su traducción castellana «La rueca», llegó a ser enviado a la Revista Internacional de Estudios Vascos de Julio Urquijo. El último trabajo presentado por Alegría a los concursos de la Biblioteca Olave fue Atsegina, escrito para la edición de 1934 bajo el lema «Gogoz eta Legez». En aquella ocasión el jurado no se dignó ni en abrir el sobre que contenía el trabajo. La estrella de la lengua vasca, al igual que la de otras muchas cosas, ya había empezado a declinar en el firmamento navarro. Sin género de dudas, enfermedad cíclica y contagiosa que esperemos no vaya también ahora a mayores.

        Además de las citadas Alegría fue autor de un considerable número de sermones que aún se conservan en el archivo parroquial de Lakuntza. Según su sucesor Ulaiar éstos rondan los 47, unos más largos y otros más esquemáticos, como apuntes para decir de memoria, la mayoría sin fecha, y todos ellos en el dialecto propio de la villa, sin consideraciones gramaticales ni ortográficas. Por otra parte Alegría debía ser un consumado poeta de inspiración popular. El mismo Ulaiar menciona unos Bertso berriak: belarri bakarreko zerri broma zalia dedicados a la matanza del cerdo conservados en la casa Agotza y fechados el 25 de enero de 1945, tan sólo dos años antes de fallecer. No obstante también fue autor de poemas de corte culto, no sabemos cuantos, de los cuales es un buen ejemplo su «Oliteko gaztelua» aparecido sin firma en La Voz de Navarra el 31 de agosto de 1924: «Zenbat aldis, negarres begiak / urturik, urraturik biotza, / gaztel maitioni egin diotza / azken agur errukigarriak!».

 

        ¿Y en que paró el caldero?

        El caldero paró en una envidiable sociedad cultural y gastronómica fundada en 1966 y situada en un inmenso caserón en mitad de la villa. Y paró, así mismo, en una simpática fiesta celebrada en la recuperada romería al santuario de Aralar que impulso desde su creación la citada sociedad. En su décima edición, esta fiesta presentó además unos bailes de nueva factura, Makil-dantza, Era, Pertzaren Iraultzea y Biribilketa, obra del escritor y profesor oiartzuarra Jon Oñatibia, quien los perfiló durante una corta estancia en Venezuela, siendo el txistulari que los ejecutó el mismo día de su presentación. Desde entonces estas danzas son uno de los elementos indispensables de la fiesta, así como el burro y las morcillas que porta.

 

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