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«Historia de la literatura vasca»
Koldo Mitxelena

Minotauro, 1960

 

        La fundación en Vergara en 1764 de la Sociedad Bascongada de los Amigos del País, por Francisco Xavier María de Munibe, conde de Peñaflorida (cuyo padre estuvo va estrechamente asociado con la creación de la Compañía de Caracas), y otros caballeros, los célebres «Caballeritos de Azcoitia», es acaso el hecho más trascendental de la historia vasca en el orden cultural. Es también probablemente el más inesperado, un rayo que cae de un cielo completamente despejado. No se comprende muy bien, en efecto, sin un examen muy detenido, cómo de un país tradicionalmente desinteresado de todo cuanto se relacionara con cultura y enseñanza pudo salir el modelo indiscutible de las Sociedades Económicas y de los centros de instrucción que se fueron creando por distintas regiones españolas años después.

        No hay ninguna necesidad de volver a tratar lo que algunos, siguiendo el Menéndez Pelayo juvenil de los Heterodoxos, parecen seguir considerando el problema central de esta Sociedad. La cuestión ha sido suficientemente estudiada, en particular por J. de Urquijo. Lo que importa sobre todo lo señaló ya el mismo Urquijo: «Examínese... la labor de la discutida Sociedad Económica Bascongada con anteojos ortodoxos o con gafas librepensadoras, nunca podrá negarse al conde de Peñaflorida y a sus amigos el mérito de haber sido los promotores de la cultura en nuestro país. Este mérito se agiganta a los ojos del investigador imparcial, si se estudia desapasionadamente nuestra historia».

        No obstante, no se puede negar acierto a Menéndez Pelayo cuando calificaba el Seminario de Vergara como «la primera escuela laica de la nación». Siempre, claro está, que se entienda «laico» en un sentido con connotaciones muy distintas de las que él le atribuía. El Seminario nace de la convicción de que la enseñanza secular es un cometido al que todos, incluso los legos y seglares, deben atender y del que no pueden despreocuparse descargando el peso de su obligación sobre los hombros de las órdenes religiosas que a ella quieran dedicarse [27].

        La Sociedad no despreciaba ni mucho menos las artes, pero naturalmente se inclinaba por las ciencias. Esta inclinación, como también por ejemplo la de Jovellanos no estaba incluso exenta de un utilitarismo estrecho y miope [28]. Esta predilección por lo inmediatamente práctico es por otra parte de fácil explicación si se recuerda el verbalismo y la petulante vaciedad de la «ciencia» que entre nosotros se enseñaba.

        Conviene advertir que los Amigos adoptaron el castellano como vehículo de la enseñanza, con exclusión total de la lengua vernácula. Esto no resultará tan extraño si se tiene en cuenta que el mismo Larramendi tan sensible al estado de postración en que la incuria de los vascos mantenía a su lengua, nunca propugnó ninguna reforma para que los maestros tuvieran presente, fuera de la catequesis, la lengua materna de los niños, al menos en los primeros años. No podemos saber, a falta de testimonios expresos, si fueron sólo consideraciones de prudencia política las que frenaron su vehemencia en este punto [29].

        Por otra parte, el estudio de la lengua encontró un lugar entre los variados intereses de los Amigos, como lo muestra el proyecto de un gran diccionario vasco [30]. Peñaflorida, tan amante de la música, buscó acomodo para la lengua materna en las actividades consagradas a las bellas artes. Su ópera cómica El borracho burlado (Vergara, 1764) es bilingüe y sólo consideraciones de carácter accidental le hicieron desistir de su primitiva idea y limitar el texto vasco a las partes cantadas [31]. Además, según una antigua tradición que parece a todas luces bien fundada, es el mismo Munibe quien se ocultó bajo el extraño pseudónimo de sor María de la Misericordia al publicar los Gavon-Sariac o villancicos que iban a cantarse en la iglesia de Azcoitia el año 1762. Son una inspirada paráfrasis en jugoso lenguaje de la égloga cuarta de Virgilio, de un bucolismo encantador.

        La Sociedad, como antes el padre Larramendi [32], encontró en el país críticos, por lo general peor dotados de ingenio que de intención. Las críticas parecen haber partido de medios en que toda innovación, por incómoda, merecía ser condenada. Pensaban también seguramente que todo tiempo sustraído a actividades tan provechosas como los pleitos era necesariamente perdido. Los que cultivaban la lengua del país, como por ejemplo el ingenio durangués que elogió a Peñaflorida por haber ensalzado el postrado vascuence, dieron repetidas señales de su simpatía por los Amigos.

 

[27] Es asombroso que Menéndez Pelayo considerara un grave motivo de acusación la frase frecuentemente citada de Los aldeanos críticos (1758), escrito polémico de los Caballeritos contra el padre Isla: »... ya sabe vuestra merced que esto de teólogo en España es lo mismo que hombre universal. No ignora vuestra merced que están acostumbrados a que se les consulte, no sólo en puntos de Religión y conciencia, sino en todo género de cosas». Esto y lo que sigue no es una herejía, sino una perogrullada: el más vulgar sentido común tiene que sublevarse contra una situación semejante. Peñaflorida, sea dicho de paso, mantuvo muy buenas relaciones con la Compañía de Jesús, en cuyo colegio de Toulouse adquirió el conocimiento y el amor de las ciencias naturales; la disputa con Isla acabó también de una manera muy amistosa. En Guipúzcoa, por otra parte, el precursor más señalado de los Caballeritos no es otro que el jesuita Larramendi.

[28] De un cierto menosprecio de la investigación dan fe las dificultades con que tropezó Proust en Vergara. Véase L. Silvan, Los estudios científicos en Vergara a fines del siglo XVIII (San Sebastián, 1953).

[29] En ningún sitio alude Larramendi, para bien o para mal, a los planes de reforma de Joanes de Etcheberri, a quien tuvo que conocer personalmente. Se lamenta, sin embargo, sin proponer remedios, de la situación de entonces: «Los Bascongados no parece que han hecho aprecio della, o a lo menos no se han explicado. Salen de su País y hacen estudio de olvidarla; ni escriben ni quieren siquiera escribir en su Lengua vna Carta. Dentro del País se destierran quantos medios pudieran conducir para conservarla y descubrir sus primores. Nada se lee ni escribe ni se enseña a los niños en Bascuence; no hai Maestro que quiera ni sepa deletrear en su Lengua. Dentro ni fuera no ha avido quien aya impresso algo en Bascuence para utilidad destos Países, exceptuando los pocos Libros de Labort, que aun apenas se encuentran» (Diccionario, p. LIV s.).

[30] J. de Urquijo, «Los precursores de Azkue», Euskal-Erria 53 (1905), 283-287.

[31] «...pero luego me saltó la dificultad del Dialecto —escribe en la Advertencia—... Si me valía del de Azcoytia huviera sido poco grato a todo el resto del País hasta la Frontera de Francia..., y si quería usar del Dialecto de Tolosa, Hernani, San Sebastián, etc., exponía a los Actores a hacerse ridículos; pues sería difícil que todos pudiessen imitarle bien».

[32] Algún pobre diablo, más lleno de presunción que de entendimiento, hizo circular por Bilbao un escrito en el que se ponía en duda la utilidad de su Arte: »...y no alcanzo en qué Aulas se ha de leer ni qué fruto espera el Padre Larramendi: sin duda querrá que nuestros Archivos y antiguas tradiciones se pongan en Bascuence».

 

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